Tucídides y Sófocles ante la peste de Atenas
Por Eulalia Vintró, ex secretaria general de la U. de Barcelona (Instituto de Estudios Helénicos, 1968; Extracto)
En el año 430 A.C., cuando Atenas estaba en su segundo año de guerra contra Esparta, brota la epidemia en el Atica con una intensidad y virulencia tales que la población se ve seriamente diezmada.
Tucídides, padre de los historiadores, al comienzo de su obra “Historia de la Guerra del Peloponeso” declara: “me conformo con que cuantos quieran enterarse de la verdad de lo sucedido y de las cosas que alguna otra vez hayan de ser iguales o semejantes, según la ley de los sucesos humanos, la juzguen útil. Pues es una adquisición para siempre y no una obra de concurso que se destina a un instante” (Tucídides I , 22) .
Y describe: “Apenas comenzó la buena estación, los Peloponesos y sus aliados invadieron el Atica y cuando aún no llevaban muchos días en ella, comenzó por primera vez a propagarse entre los atenienses la famosa epidemia, que se dice que ya antes había sobrevenido en muchos lugares, aunque una epidemia tan grande y un aniquilamiento de hombres como éste no se recordaba que hubiese tenido lugar en ningún sitio” (Tucídides II, 47).
La Peste de Atenas por Michiel Sweerts, c. 1652–1654
Con la minuciosa y detallada descripción que nos da de la peste, Tucídides no pretende legarnos una terapéutica eficaz, ya que nos confiesa que los propios médicos perecían atacados por el mal, sino en dar una visión tan completa del mismo que, en caso de reaparecer, pueda ser reconocida fácilmente.
Tucídides sitúa su análisis entre dos discursos notables de Pericles. En el primero, Tucídides, por boca de Pericles, nos da la visión de una Atenas gloriosa y floreciente, el más hermoso elogio de Atenas que se haya escrito jamás. De allí el historiador aborda la descripción de la peste ofreciéndonos así un contraste violentísimo, de la opulencia a la desolación, del bienestar a la mayor indigencia. En el segundo discurso, Pericles tomará de nuevo la palabra para defenderse de unas acusaciones infundadas, para reanimar a sus conciudadanos, pero la enfermedad ha hecho mella en él y morirá al poco tiempo, preludiando así el desastre ateniense del 404.
La peste adquiere en las Historias el carácter de tragedia, tragedia de un hombre de estado y tragedia de una ciudad. Partimos de un hecho médico, para desembocar en una tragedia. Para decirlo en la metáfora del profesor Lichtenthaeler, la peste nos aparece como un tríptico, cuyos cuarterones representan a Hipócrates, Pericles y al autor de las Historias.
En Edipo Rey, el hecho de que Sófocles se haya inspirado en la peste que asoló Atenas, constituye una prueba contundente de la calamidad que supuso para los atenienses. Sófocles utiliza la peste como el principio que da a su poesía una coherencia verosímil, para llegar a través de unos procedimientos, casi de tipo policíacos, a descubrir al auténtico culpable, al responsable que estaba arruinando, sin quererlo y sin saberlo, su reino.
En Edipo Rey, Sófocles clama: “Porque la ciudad, como tú mismo ves, está demasiado turbada y ni siquiera es capaz ya de levantar la cabeza por encima del mortífero oleaje de los mares, se consume en los tallos que producen los frutos de la tierra, se consume en las manaclas de bueyes que pacen y en los infecundos partos de las mujeres. Un dios, portador de fuego, se ha lanzado sobre nosotros y atormenta la ciudad, la peste, el peor de los enemigos, por su culpa el casal de Cadmos se está quedando vacío” (Edipo Rey, 22-29).
Tebas está en una situación desesperada, un mal misterioso se propaga entre sus habitantes. El pueblo ha recurrido a toda clase de sacrificios sin obtener ningún resultado satisfactorio. Un grupo de ciudadanos acude a Edipo, su rey, en otro tiempo el salvador de la ciudad, para que sea de nuevo su libertador. Tan grave es la peste, que Edipo se había anticipado ya a estos deseos, enviando a Creonte a consultar los oráculos de Apolo.
Sófocles necesitaba un motivo para consultar el oráculo, y este motivo se lo proporciona la peste, circunstancia penosa, grave en sí misma, pero que lo será mucho más al resultar indirectamente responsable del descubrimiento de la genealogía de Edipo y de los atroces crímenes que inconsciente e involuntariamente ha cometido.
En Tucídides la peste supone una doble calamidad, como enfermedad aniquiladora y como preludio de la destrucción de Atenas. La peste gira en torno de una persona: Pericles en la obra de Tucídides, Edipo en la de Sófocles. El paralelismo entre ambas figuras es notable.
Pericles reúne todas las características del héroe trágico. Ha visto claramente que la guerra entre Atenas y Esparta era inevitable. La ha calculado y programado hasta en sus más nimios detalles. En los momentos difíciles, como en la peste, ha sabido imponerse sobre sus conciudadanos, restablecer su confianza y persuadirles de no abandonar la guerra. Pero este mal que había vencido con su razón, lo vence a él en su cuerpo y muere víctima de la peste.
Del mismo modo, la suerte de Atenas, ligada a la de su guía, por una especie de fatalidad, se verá arrastrada a la ruina, al encontrarse sin sucesores dignos de él. Atenas se convertirá también en una ciudad trágica. Tucídides pasa del elogio sin límites a un relativismo cíclico de la historia: “si en alguna ocasión decae nuestro poder, ya que todo está destinado a disminuir, quedara de él, al menos, un eterno recuerdo”. Estas palabras de Pericles suponen una clarividencia y una visión fría y objetiva de la realidad casi impropias, a tenor del poderío que ostentaba entonces Atenas. El historiador nos presenta, en rápida sucesión, los elogios, la peste, la muerte de Pericles y el fin de la hegemonía ateniense, anticipándose así al discurso de la historia, para destacar a sus lectores la pérdida irreparable que suponía Pericles para su ciudad.
¿Y qué decir de Edipo? El héroe, el salvador, el libertador de la cruel Esfinge que tenía esclavizada a Atenas. El hombre que abandona a sus padres, así los consideraba él, por temor de no cometer el horrible crimen que Apolo le había predicho. Sófocles nos lo presenta en Tebas, como rey y esposo de Yocasta. Nada nos dice, salvo la alusión a la Esfinge, de su pasado que se irá desvelando en el curso de la tragedia en un clímax de suspenso cada vez más dramático.
A este Edipo ejemplar acude el pueblo a implorar ayuda y él, amante de sus súbditos, doliente como ellos y por ellos, no rehúye los medios a su alcance para resolver la dificultad en que se hallan, ignorando que es él mismo el causante de ella y que llegar a este descubrimiento comporta su desgracia.
Si Pericles ha salvado a su ciudad, Edipo también liberó a la suya. Si la muerte del estadista supuso el hundimiento del imperio, la maldición que pesaba sobre Edipo ha provocado la peste en Tebas. Pericles, al morir, no puede hacer nada para evitar la caída ateniense. Su testamento político no será puesto en práctica por sus seguidores. Edipo puede reparar el mal que ha causado, descubriéndose a sí mismo como el portador de la impureza.
Tucídides aborda su historia con rigurosidad fáctica. En el capítulo 48 del Libro II, señala que “yo mismo estuve enfermo y vi a otros muchos atacados por la enfermedad”. Tucídides aborda la peste del mismo modo que los autores de las Epidemias hipocráticas transcriben sus experiencias médicas. Empieza hablándonos de la estación del año, de los lugares en que ya había sobrevenido dicha peste, de la zona por donde se inició y de la inutilidad de todos los recursos que se emplearon para atajarla. Nos da una explicación detalladísima de todos los síntomas internos y externos que acusaban los afectados, así como del proceso que el mal seguía desde sus inicios basta la aniquilación del enfermo, si bien resalta que quienes lograban sobrevivir no eran susceptibles de volver a contraerlo. Relata lo contagioso de la peste al describir que las aves y los perros no se acercaban a los cadáveres de los apestados y, si lo hacían, perecían; de que quienes atendían a los enfermos morían y de un modo muy especial los médicos al ser mayor su contacto con los afectados: “infectándose unos al atender a otros, morían como ovejas”.
Tucídides enfoca la peste situándola en un plano real, objetivo, médico y prescindiendo por completo de castigos enviados por la divinidad.
¿Cómo la considera Sófocles? La posición del poeta no puede ser más definida. En los versos 27 y siguientes, el sacerdote que acude en compañía de un grupo de ancianos y jóvenes a pedir ayuda a Edipo, nos dice: “Un dios portador de fuego se ha lanzado sobre nosotros y atormenta la ciudad, la peste, el peor de los enemigos”. En Edipo, no otro sino Febo es el dios portador de fuego a quien alude el poeta. Sófocles no vacila en vincular la divinidad con la peste.
Frente al escepticismo de Tucídides respecto de las súplicas, las ofrendas, los oráculos, como remedios para la epidemia, Sófocles nos presenta una ciudad humeante de incienso, arrodillada en los templos en actitud suplicante y plenamente confiada en los oráculos de Apolo que Edipo ha hecho consultar: “Que Febo, que nos ha enviado estos oráculos, quiera también acudir para salvarnos y poner fin a la peste”.
También Edipo y la Historia de Tucídides tienen similitudes. Mientras el coro sofócleo lamenta que “enfermo está todo mi pueblo y mi pensamiento no proporciona ninguna arma con la que nadie pueda defenderse”, Tucídides reconocerá que “no fue hallado ni un solo remedio, por así decir, que al aplicarlo resultara útil” por lo que “la población perecía dentro de la ciudad”. Ante la magnitud de la catástrofe ateniense, se abandonaron las prácticas funerarias: “pues como la violencia del mal era extraordinaria, los hombres, no sabiendo qué hacerse, dieron en despreciar por igual las leyes divinas y las humanas. Todos los ritos antes seguidos para enterrar fueron trastornados, y enterraban como cada cual podía”. Y Sófocles nos dice: “Miserables, sus hijos yacen en el suelo, portadores de la muerte, sin que nadie los llore”.
Es indiscutible la afinidad entre Tucídides, el historiador e Hipócrates, el médico. Si al enfrentarse con la peste Tucídides quería dar una versión fidedigna de los hechos, el camino más adecuado era el que le habían trazado el maestro de Cos y sus discípulos. Así, el proceso que sigue en su descripción de la peste, el análisis riguroso de las causas, del ambiente en que se produjo la epidemia y la descripción técnica de los síntomas, nos recuerdan y nos remiten a las Epidemias hipocráticas.
En Sófocles, el reconocimiento de los éxitos alcanzados por la ciencia médica de Hipócrates, le impulsa a introducir un nuevo dios, Asclepio, componiendo incluso un himno en su honor. Sófocles está demasiado convencido de los límites del intelecto humano y de la supremacía absoluta de la divinidad como para entusiasmarse con la nueva ciencia médica. Mientras la medicina hipocrática se dedica sistemáticamente a ridiculizar y destruir los ritos catárticos y las supersticiones con que se pretendía curar enfermedades, Sófocles sigue aferrado a la religión popular con todas sus instituciones de carácter cultural y de un modo especial a la mántica. Su divisa, frente a la nueva orientación de su tiempo es: “Volved a la religión de vuestros padres”.
La catastrófica peste de Atenas influyó decisivamente en Tucídides y Sófocles; en la historia de la guerra del Peloponeso y en Edipo Rey. Puede haber sido una peste bubónica, fiebre tifoidea, viruela, escarlatina, o una forma grave de sarampión. Recientemente, Sir William Mac Arthur ha argumentado de manera decisiva en favor de un tifus exantemático. Como fuere, la peste de Atenas significó la muerte de Pericles y el fin del poderío ateniense e inspiró la tragedia de Edipo.