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Tribuna

Economía y Sociedad № 106

Enero - Marzo 2021

Thatcher en Hillsdale College

Por John O’Sullivan, exasesor especial de la primera ministra Margaret Thatcher


(Discurso en la ceremonia de descubrimiento de la estatua levantada a Margaret Thatcher en Hillsdale College, Michigan, Estados Unidos, 9.5.08; Extracto)

En la década de los 80, Ronald Reagan y Margaret Thatcher formaron una exitosa alianza de líderes que basaron sus políticas públicas en la libertad económica.

En la lucha crucial contra el comunismo totalitario, Thatcher fue la amiga más confiable y decidida de Reagan y de los Estados Unidos. Ella fortaleció a las fuerzas armadas británicas, lideró la protesta contra la imposición de la ley marcial en Polonia ordenada por la Unión Soviética y ganó la guerra de las Falklands contra Argentina. Todo esto envió un claro mensaje a los soviéticos que Occidente estaba dispuesto a defenderse ante el avance comunista.

En la actualidad, olvidamos lo rápido que la alianza entre Thatcher y Reagan derrotó al comunismo. Thatcher asumió en mayo de 1979 y Reagan en enero de 1981. Ambos alcanzaron el poder porque ofrecieron crecimiento, prosperidad y libertad a países asolados por el estancamiento económico. Hacia 1982-83 ambos habían estabilizado sus economías lo que les permitió reforzar a gran escala su poderío militar para enfrentar la expansión de la Unión Soviética en Europa del Este, Afganistán, Sudeste Asiático, África y América Central. Thatcher y Reagan no imaginaron que el colapso de la Unión Soviética sería tan rápido como fue, pero sí sabían que enfrentaban a un régimen en decadencia.

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Posiblemente la historia juzgará a Thatcher como más importante que Reagan en su liderazgo y logros en materia económica. La recuperación económica del Reino Unido en los 80 fue más impresionante que la norteamericana. Segundo, Thatcher debió enfrentar a sindicatos poderosos que defendían sus privilegios en una economía semisocialista que controlaban y también debió enfrentar a parlamentarios débiles de su propio partido. Y, en tercer lugar, incluso después que las principales reformas económicas se convirtieron en ley, Thatcher no se rindió frente a las masivas protestas y prolongadas huelgas de los mineros del carbón entre 1984 y 1985. Su victoria ante los mineros que querían preservar sus privilegios a costa del resto de los británicos, fue clave en política interna así como lo fue su victoria en las Falklands en política exterior.

Aunque a la izquierda laborista le tomó años comprenderlo, las reformas económicas y sus exitosos resultados se transformaron en el nuevo consenso de la política británica que los siguientes primeros ministros, incluso laboristas, conservaron.

Las reformas liberales de Thatcher crearon una prolongada expansión económica que, combinada con la estabilidad de precios, cimentó la base para  transformar al Reino Unido, nuevamente, en potencia mundial.

La apertura al exterior permitió a la industria manufacturera reestructurarse profundamente para competir en los mercados internacionales. Empresarios que no provenían de la cultura industrial fundaron nuevas compañías en el sector financiero, en los servicios de la información y en las industrias de alta tecnología. Surgía así una completamente nueva economía basada en la revolución tecnológica de la información.

Thatcher privatizó numerosas empresas estatales mediante el capitalismo popular. En 1987, en un discurso al Parlamento, señaló: “La izquierda cree en oponer a los trabajadores en contra de los empresarios, nosotros creemos en convertir a los trabajadores en propietarios”.

Dos tercios de las compañías estatales fueron privatizadas, lo que las transformó en empresas eficientes que expandieron sus negocios por el mundo en telecomunicaciones, electricidad, agua, minería y servicios financieros, entre otros. Entre 1979 y 1989, los ingleses propietarios de acciones de compañías privadas aumentaron de un 7% a un 25%. Y más de un millón de ingleses compraron por primera vez su casa propia.

El ministro de Finanzas de Thatcher, Nigel Lawson, señaló: “Durante años en el gobierno de Lady Thatcher se crearon 500 compañías y emprendimientos por semana. En poco tiempo, los ingleses que dejaron sus trabajos con contrato para formar sus propios negocios  aumentaron de 1 millón a 3 millones. Y la industria de capital de riesgo, que a los inicios del gobierno no existía, para 1985 convirtió a Londres en la capital de esta industria con el doble de transacciones que toda Europa junta”.

Cuando me gradué en 1964, ningún miembro de mi generación tenía intenciones de formar su propio negocio. Todos querían ingresar a algunas de las compañías grandes del Estado. Veinte años más tarde, en la cúspide de la transformación económica thatcheriana, la mitad de los estudiantes de ciencia de Cambridge querían iniciar su propia compañía de software y la mitad de los graduados del Royal College of Arts se hicieron famosos como diseñadores de moda en el mundo.

Thatcher y Reagan transformaron también la economía mundial por la vía demostrativa. Ambos le entregaron al mundo un ejemplo de desarrollo a través de economías libres y desreguladas. Las rebajas de impuestos fueron el ejemplo de Reagan para el mundo y las privatizaciones el ejemplo de Thatcher.

El colapso del bloque soviético en 1989 reveló la masiva bancarrota de empresas dirigidas por el Estado planificador. Las nuevas repúblicas, y después la propia Unión Soviética, recurrieron a Londres, por entonces convertida en la capital de la experiencia en privatizaciones a nivel mundial. Al abrazar las privatizaciones como forma de asignar eficientemente los escasos recursos de que disponían, los países excomunistas adoptaron también la lógica de los mercados libres inherente a ese proceso. Thatcher se transformó en la heroína de los países que se habían liberado del comunismo. En sus visitas a esos países su mensaje fue claro en que el imperio de la ley es esencial para promover y expandir los mercados libres, pero también para preservar la democracia.

La señora Thatcher proclamó también que las reformas hacia la libertad económica necesitan para perdurar el sustento político que provee la tradición anglo-norteamericana de una autoridad descentralizada, de una soberanía popular informada, de un debate abierto de ideas y de una evolución social espontánea, basada en la igualdad de oportunidades, no dirigida desde el  Estado. Estos valores de la libertad y de las oportunidades nacidos en el Reino Unido y en los Estados Unidos son los pilares en los cuales los países emergentes del mundo pueden sostener su lucha para superar la pobreza y el subdesarrollo y para aportar y beneficiarse de un mundo global.

Los ingleses se adaptaron con sorprendente rapidez, y con mucho éxito, a la restauración  de sus libertades económicas en los 80 que lideró Margaret Thatcher. Hoy, los británicos están disconformes con las estructuras burocráticas de la Unión Europea que limitan su soberanía y su libertad. Liberados de ellas, el Reino Unido florecerá aún más en el mundo.

Lady Thatcher no imaginó que, junto a Ronald Reagan, vería en vida los triunfos de sus políticas en restaurar la libertad económica en su patria y en transformar al Reino Unido, junto a Estados Unidos, en el ejemplo a imitar por todo el mundo también en la libertad política que sustenta a una sociedad libre.

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