Economía y Sociedad № 94
Enero-Marzo 2018
Sir John Cowperthwaite
Por Marian Tupy, editor de humanprogress.org
Acabo de leer el fascinante libro de Neil Monnery, “Arquitect of Prosperity: Sir John Cowperthwaite and the making of Hong Kong” (London Publishing Partnership, 2017), que relata el auge de Hong Kong como una potencia económica a nivel global.
El Visconde Palmerston, Secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, describió Hong Kong como “una isla infértil con difícilmente una casa en ella”. Después de la Segunda Guerra Mundial, su ingreso per cápita era un tercio de aquel del Reino Unido. En 2016, la ex colonia británica era 37 por ciento más rica que el Reino Unido. El hombre al que se le atribuye el éxito de Hong Kong es escocés, graduado en la Universidad de St. Andrews y seguidor de Adam Smith: Sir John Cowperthwaite.
Cowperthwaite no fue el primer defensor de un gobierno limitado que supervisó las finanzas de la ex colonia inglesa. Una sucesión de gobernadores y sus ministros de finanzas dirigieron un gobierno austero. Los ministros de finanzas Geoffrey Fellows (1945-1951) y Arthur Clarke (1951-1961) establecieron un régimen de impuestos bajos y parejos, superávits en el presupuesto fiscal y el libre comercio de bienes y movimiento de capitales.
Cowperthwaite (ministro de finanzas, 1961-1971) agregó no solamente el vigor de sus convicciones, sino también a un sucesor clave: Philip Haddon-Cave (1971-1981). Cuando Haddon-Cave se fue, el éxito del experimento de Hong Kong con el gobierno limitado era innegable tanto para los ingleses como para los chinos. Margaret Thatcher se embarcó en desmantelar el socialismo inglés en 1979, mientras que, también ese año, Deng Xiaoping empezó a deshacer el daño causado por el comunismo chino.
Y eso me lleva a la razón más importante de por qué Cowperthwaite, en lugar de Fellows y Clarke, merece el crédito por el auge de Hong Kong. Básicamente, fue el hombre correcto en el lugar y el momento preciso: la década de 1960. Estaba bien tener un gobierno limitado cuando la colonia todavía era pobre. Pero en la década de 1960 la colonia estaba prosperando y las demandas por aumentar el gasto público más allá del crecimiento económico, aumentaban. Cowperthwaite fue capaz de articular las razones para mantenerse en el camino correcto. No queda claro si alguna vez leyó “El uso del conocimiento en la sociedad” de Friedrich Hayek o si llegó a las mismas conclusiones que el Nobel austríaco por cuenta propia. Pero, a diferencia de muchos otros gobernantes que sucumbieron ante los cantos de sirena del socialismo, Cowperthwaite aplicó los principios de Hayek.
Cuando estudiaba mi doctorado en St. Andrews descubrí que Cowperthwaite y yo eramos vecinos. Su casa en 25 South Street estaba a unos cincuenta metros del Deans Court, la residencia para los estudiantes de doctorado y maestría. Inmediatamente le escribí y me respondió invitándome a tomar el té. Pasé una maravillosa tarde en su presencia y nos mantuvimos en contacto durante el resto de mis años en St. Andrews.
El libro de Neil Monnery hizo que esas maravillosas memorias vuelvan a la vida. Su trabajo inmortaliza a un hombre a quienes muchos le deben tanto. El libro es una historia económica e intelectual y, sobre todo, es un tributo a un hombre de principios, discreto, relevante y profundamente moral. Monnery merece nuestra gratitud por haberlo escrito.