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Relatos

Economía y Sociedad № 105
Octubre - Diciembre 2020

La Muerte de un Auténtico

Por David Gallagher, exeditor de Economía y Sociedad (El Mercurio, 5.4.91)

Hay momentos que perturban la rutina.  Por ejemplo, una tragedia familiar que nos hace repensar todo. Cuando amanecemos bajo su impacto, qué rechazo sentimos por esa lista de tareas que nos espera en el velador, la oficina. Lo que ayer parecía importante se enaniza. ¿Otro almuerzo, otra reunión? Caramba, no puede ser. Si lo que quiero hacer es preguntarme por qué nací, para qué vivo, a dónde voy y, sobre todo, por qué permito que la ciega rutina no me dé tiempo para hacerme estas preguntas. En estos momentos puede llegar a parecer raro, difícil hasta cruzar una calle.

Hay momentos así también en la vida de los países cuando sobreviene una catástrofe natural, o cuando se asesina a un hombre notable.

Con millones de otros ciudadanos del mundo me costó cruzar la calle el día en que murió John Kennedy. Me ocurrió lo mismo cuando murió John Lennon. No es cuestión de creer en todo lo que hacen o piensan estos hombres, ni de ignorar sus imperfecciones, tal vez tan temibles como las que uno mismo tiene. Es la sensación de que fueron asesinados por haberse jugado con una integridad feroz, molestando a quienes les conviene un mundo más chacotero y corrupto, donde la gente acomoda sus principios a la moda y a la oportunidad.

Jaime Guzmán se jugó así y por eso su pérdida es terrible.Yo soy reacio a las definiciones totalizantes que impone el partidismo, y estaba de acuerdo con él en muchas cosas, no en otras. Para mi lo importante es que pertenecía a esa estirpe muy, pero muy rara, la del hombre público fiel a sus principios, leal a sí mismo.  

Ante esa inusual virtud es casi banal agregar que también tenía una mente brillante, aunque para sus asesinos no haya sido un hecho indiferente, porque lo que más amenaza a un adversario es la autenticidad respaldada por la capacidad.


Quiero creer que viviendo en Santiago Poniente habría votado por él, aunque hubiera candidatos alternativos con ideas puntuales que me eran más afines.  

En ese momento las ideas buenas estaban de moda y no era difícil estar con ellas. Más importante era votar por un hombre capaz de ser coherente y consecuente, aún a riesgo de ser impopular. Es ese el tipo de hombre que le da calidad al Senado.  

En la derecha chilena de nuestra época ha habido pocos: un Pedro Ibáñez que hacia 1968 se exponía a parecer exótico defendiendo la propiedad privada, cuando ahora nos parece exótica la apabullante mayoría contra la que luchaba; un Sergio Onofre Jarpa, imperturbablemente auténtico aunque yo no comparta todo lo que piense; un Jaime Guzmán.

Su muerte empobrece al Senado y al país y a nuestra querida democracia.

Recuerdo la reciente venida a Chile de Mario Vargas Llosa. “Qué gusto estar acá”, decía. “Qué maravilloso lo que se ha hecho. Qué agrado”. Pero insistía casi con obsesión que nos cuidáramos  del terrorismo.  

Un año antes en un almuerzo en Lima, Fernando Belaúnde recordaba que el primer atentado de Sendero Luminoso ocurrió en 1980, el día en que  él asumió la presidencia, o sea el día de la ilusionada restauración democrática. En solo diez años, ¿a dónde llegó ese pobre país?

Difícil cruzar la calle con la muerte de Jaime Guzmán, pero cuando intentemos hacerlo con una pelota en el estómago, pensemos en nuestro maravilloso país que al conjugar la libertad económica con la política se ha convertido en uno de los lugares privilegiados del planeta; tal vez el más privilegiado de todos dada la bondad de su gente.

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