La guerra de los poemas de amor
(Nota de JP. Este texto es la introducción de David Turkeltaub, escritor y poeta chileno, a su libro “La guerra de los poemas de amor”, Libros del Rectángulo, Santiago, 1985).
Mi amiga no sabe francés
qué haré con mi amiga?
-Traduciré La chanson du mal-aimé
Mi amiga no sabe inglés
qué haré con mi amiga?
- Traduciré The faerie quenne
(Mi amiga no sabe nada
ni pechos tiene
qué haré con mi amiga?)
De modo que empecé a llevarle poemas todos los días. Poemas que elegí con todo cariño, de todas las ramas del árbol de la poesía; poemas que le leí o canté, traduje o escribí, bailé, mimé y alguna vez tartamudeé.
Ella escuchaba y aprendía.
Con el tiempo me fui imponiendo varias condiciones. Los poemas debían ser fáciles de entender y al mismo tiempo inolvidables, cortos y al mismo tiempo abarcadores. Ocasionalmente le llevaba poemas largos, siempre que además de abarcadores e inolvidables fuesen sobrecogedores. ¿Poemas difíciles? Sí, de vez en cuando, siempre que la dificultad valiera la pena.
Al principio, ella se defendía, riendo:
- Ya tengo miedo de querer /
puesto que aquello que es querido /
se está en peligro de perder / por
engaño, ausencia u olvido
Pero yo no podía hacer otra cosa que ir a verla todas las tardes:
- En cosas de amor vale más sellar los labios /
pues el amor es anterior a las palabras /
y palabra no dada es palabra no rota.
(Ella dice una estrofa de Rubén Darío y yo le contesto con una de Robert Graves).
En general, busqué textos poco conocidos, que no estuviesen en todas las antologías, aunque hice excepciones cuando me pareció necesario. Una tarde (llevábamos doce días en este juego) me sorprendió encontrarla muy excitada:
- Hoy te voy a leer yo a ti.
Ese fue el inicio de la guerra.
Estas son algunas de las reglas que nos propusimos a medida que la campaña avanzaba: una escritura única e inevitable, incorregible y definitiva, tersa y tensa como la letra de Dios. Disfrutábamos casi tanto con la poética como con los poemas mismos.
Y así pasábamos el tiempo. Nuestro amor progresaba entre estrofa y estrofa.
Por estos días, sin embargo, perdí el sueño. Diversas preocupaciones me asaltaban; no era la menor, ciertamente, el pensar en cuál sería nuestro destino (habían pasado treinta días, cuarenta, cincuenta…). Porque el dolor nos posee; la felicidad nos visita.
En las largas noches de insomnio empecé a imaginar un libro que fuese como una antología pero que se dejase leer con la pasión con que se lee una novela o con que se estudia un manifiesto, y que uno pudiera finalmente llevarse al velador como libro de cabecera.
Este libro es, pues, hijo de un insomnio y de una guerra. El orden en que entrego ahora los textos no es exactamente el mismo en que los presentamos cuando nos iba la vida en ello, pero es bastante aproximado.
Las ilustraciones que incluyo pertenecen a álbumes que solíamos hojear, mi amiga y yo, en esa época. Ahora, lector, te dejo con el libro; y a ti, mi generosa, que escuchaste sin pestañear el bram de los cañones pero cierras los ojos cuando te doy los buenos días con las palabras: Siempre, amor.