Feminismo: las cosas claras
Por Axel Kaiser, director ejecutivo de la Fundación para el Progreso
Es hora de distinguir dos tipos de feminismos muy distintos. Existe el feminismo liberal y científico, que busca la igualdad jurídica y cultural de la mujer y que no niega sino que más bien reconoce los hallazgos científicos que han demostrado que existen varias diferencias de género producto de cómo están cableados nuestros cerebros. Para este feminismo, que yo suscribo, el hombre y la mujer no están en una relación de conflicto sino de complementariedad, por lo que hay que avanzar en igual dignidad entre hombre y mujer. Ese es el feminismo de Mary Woolstonecraft, Camile Paglia, Deirdre McCloskey, Roxana Kreimer, María Blanco y muchas otras.
Luego existe el feminismo marxista que concibe la relación del hombre y la mujer como una entre enemigos, donde una es siempre víctima del otro. Este feminismo, dice Kreimer, es “intolerante y autoritario”, promueve la censura, las funas, la violencia en contra del hombre y en contra de la mujer que rechace sus postulados. Se trata de una ideología, que conduce a un espíritu de persecución incompatible con una sociedad abierta y tolerante.
El feminismo marxista es peligroso porque concibe todo en términos de discursos legitimadores del poder de un grupo sobre otro. Y el discurso no es solo lo que se dice en público sino todo el arte, la literatura, el cine, etc. Si asumimos, como cree el feminismo radical, que los hombres solo por el hecho de pertenecer a un género determinado van necesariamente a crear todo un universo lingüístico y simbólico de dominación patriarcal, entonces no queda más que comenzar a censurar y crear una nueva lengua o un nuevo discurso para evitar esa dominación simbólica. Así llegamos a un mundo orwelliano.
Suponer que aquel que discrepa del diagnóstico o de algunos reclamos de ciertos grupos feministas, le desea el mal a las mujeres, es una caricatura que refleja una profunda distorsión cognitiva que el sicólogo americano Jonathan Haidt ha explicado y que consiste en dividir el mundo entre buenos y malos: los buenos son los que están de acuerdo conmigo y el resto son los malos que no están de acuerdo y deben ser atacados y marginados.
Hay demandas razonables, por supuesto, y otras no. Las cuotas para mujeres no son razonables, por ejemplo, pues toda la evidencia empírica muestra que no funcionan y que al final son una forma inversa de discriminación. Los feministas liberales creemos que nadie puede ser discriminado en razón de su género, tampoco los hombres, que es exactamente lo que ocurre con los cuotas. Por lo demás, estas son rechazadas por muchas mujeres feministas.
Los casos de acoso deben ser estudiados, siempre bajo presunción de inocencia que es lo que corresponde si creemos en la igual dignidad de todos los seres humanos y, cuando existan, debe haber sanciones. Ningún hombre quiere que alguna mujer de su familia sea expuesta a acoso y quede impune y ninguna mujer quiere que a un hombre de su familia se le acuse y arruine la vida de manera injusta.
En estos días, el gobierno se ha visto sobrepasado. No creo que entienda bien el fenómeno. Ha cedido demasiado fácil a validar un discurso que claramente tiene varios puntos poco razonables. Debería explicar también todo lo que se ha avanzando en materia de inclusión de la mujer, de modo de despejar el fantasma de que estamos en el peor de los mundos. Los datos están ahí, pero no los usa.
Creo que existe mucho por avanzar en materia de reconocimiento del rol de las mujeres, pero no cabe duda alguna de que jamás en la historia la situación de la mujer ha sido mejor que hoy, desde cualquier punto de vista que se mire. Si las feministas marxistas leyeran a una feminista como Deirdre McCloskey sabrían que la economía de mercado, que muchas critican, ha sido la fuerza liberadora más importante jamás conocida tanto para la mujer como para las minorías.