Jaime Guzmán
Estimado señor Director:
Me ha conmovido el homenaje a Jaime Guzmán publicado en Economía y Sociedad Nº 105 (Octubre - Diciembre 2020) con el título de “La muerte de un auténtico”. Bien sabes que soy testigo privilegiado de cuanto aprecio y cuanta admiración sentía Jaime por ti. Dos encuentros, entre tantas otras reuniones de trabajo, forman parte de recuerdos imperecederos.
El primer encuentro fue en la tarde del lunes 6 de octubre de 1988, al día siguiente del plebiscito presidencial, en la terraza de su departamento, en que te planteó que eras tú quien debía asumir el liderazgo de nuestra generación y del país. El argumentó -con su habitual humildad- que ningún otro de los líderes de nuestra generación tenía más preparación ni más atributos que tú para serlo.
El segundo encuentro ocurrió en la noche del domingo 17 de marzo de 1991, dos semanas antes de su muerte. Habíamos ido a comer con Jaime al Club de Golf Los Leones, para comentar los pormenores de un extenso seminario el fin de semana en Santiago con todos nuestros dirigentes del país. Tu estabas comiendo con Mario Vargas Llosa y al irte te acercaste a nuestra mesa. Se produjo una conversación muy entretenida, original en la visión de América y el mundo que tenía Mario en ese momento y simpática por sus referencias a su ciudad natal de Arequipa. Creo que fue la única vez que Jaime y Mario estuvieron juntos porque varios años después, acompañándolo en una ceremonia en que recibió un Doctorado Honoris Causa en Madrid, y recordando aquel encuentro en el Club, no me habló de alguna otra conversación que hubiese tenido con Jaime.
Creo hay dos modos de asesinar a un hombre excepcional como Jaime. Una es quitándole la vida, como lo hicieron los asesinos que lo acribillaron, crimen cruel y estéril cuando sabemos que vidas generosas y fecundas -como la suya- siempre se proyectan en el tiempo más allá de la existencia corporal, porque permanecen vigentes no solo en sus grandes logros y obras, sino también en sus ideas, en sus pensamientos, en sus escritos, y, principalmente, en el ejemplo de fidelidad a su misión. Es el valor de lo espiritual. De aquello que ningún asesino puede eliminar por la violencia ni las armas; es la vida que vuelve a resurgir, como semillas que siguen produciendo frutos y abundantes “renovales”, que se encarnan en esos líderes jóvenes que con orgullo y convicción, generación tras generación han asumido y seguirán asumiendo su misión. Es el valor que tienen los legados espirituales, la fuerza indestructible de los principios y verdades del orden natural de la vida. Este es el mayor castigo para aquellos autores intelectuales y materiales de asesinatos de personas como Jaime.
La otra es cuando la sequía espiritual ataca el alma de algunos de sus seguidores, de aquellos que en los tiempos de pruebas pierden la fe y pierden las convicciones y, ya sin ellas, fugitivos frente a la adversidad, terminan perdiendo la identidad y el coraje, perdiendo el sentido de la misión y del deber. Sustituyen sus convicciones por el lenguaje frío y vacío de proyectos personales, donde los intereses superiores del país, y principios como el bien común, el sentido de la libertad, y el verdadero valor del progreso, del bienestar espiritual y material, se transforman en simples cuñas y consignas sin contenido, que repiten en tonos y estilos impropios. Son figuras que buscan camuflarse en la pobreza de una actividad política que se mueve entre la dictadura de las encuestas y la adicción a la popularidad más barata, aquella en que se dice lo que supuestamente la gente quiere oír. Este es el segundo intento de asesinarlo.
Nuestra verdadera visión es la persona humana y su dignidad superior, el rol subsidiario del Estado, el bien común y el cultivo de valores como el espíritu de servicio a los demás, la lucha por la justicia y la erradicación de la pobreza.
Las nuevas generaciones buscarán la inspiración en estos principios de Jaime y tuyos, y de unas pocas figuras excepcionales que han escrito las páginas más virtuosas de nuestra historia en las últimas décadas.
Un abrazo, siempre muy afectuoso.