El Estado-empresario es cruel
Por Oscar Guillermo Garretón, ingeniero comercial, subsecretario de economía en el gobierno de Salvador Allende
[Nota de EyS. En momentos en que el gobierno propone crear, desde cero, un nuevo "ente estatal" para administrar e invertir, de manera monopólica, fondos previsionales de diez millones de trabajadores, provenientes de una cotización anual adicional de 5% de los sueldos, creemos oportuno reproducir este artículo de Oscar Guillermo Garretón publicado, con este título, en Economía y Sociedad No 80 de Octubre de 1996. O sea, hace ya 20 años un destacado socialista, sin miedo a renovar su pensamiento y decir verdades, argumentaba que el Estado, al administrar empresas, era “cruel” pues desvía recursos escasos y descuida su rol de ayudar a los enfermos, a los niños, a los pobres. Proponer el regreso del Estado-empresario, a estas alturas del siglo XXI, no sólo es cruel con los pobres sino que coloca definitivamente al gobierno de Bachelet en el lado equivocado de la Historia].
Cuando se inició la renovación del socialismo, el desafío principal fue ajustar cuentas con la historia y los grandes temas fueron la democracia y la opción por una vía desarmada. En síntesis, la agenda política.
En lo económico la discusión fue menor. El proceso de reconversión económica realizado por el régimen militar siempre fue contestado. Se contestaron las privatizaciones. Se contestó la salida del Pacto Andino y la apertura al capital extranjero. Se contestó la formación de las Isapres y de las AFP, así como la nueva legislación laboral.
Lo complicado es que eso se englobó como sinónimo de la “economía de mercado”, provocando una distancia ideológica respecto a ese concepto. La economía de mercado no formaba parte de la propuesta socialista. Se la cuestionó tema a tema y se la censuró ideológicamente. En el mejor de los casos se consideró oportuno no discutir su existencia.
El problema es que ha dejado de ser eludible. Si no hay una propuesta consistente, el Partido Socialista pasará a ser un partido simplemente refunfuñón y contestatario, incapaz de liderar los desafíos económico-sociales del país. Esto es así, por las siguientes razones:
• La economía de mercado ha pasado a ser un consenso de la humanidad. Sus formas pueden variar de gobierno a gobierno o de país en país, pero es la forma principal en que operaremos al menos en esta generación. El gran sujeto de esas economías son las empresas, operando en competencia. Por ellas transitará lo más significativo del cambio económico, científico-técnico y cultural de esta época.
• El Estado en el mundo está sufriendo una profunda mutación de su rol, al mismo tiempo que está perdiendo capacidad de incidencia económica y entrando en crisis el “Estado de Bienestar”. En el caso chileno, el problema es más grave. El Estado no da para más. Explota en sus puntos más purulantes (educación, salud, carbón, empresas públicas, Codelco), haciendo concreta y urgente toda la retórica sobre modernización. Por otro lado, no tiene los recursos para enfrentar su tonificación: inversión en infraestructura, modernización de empresas, financiamiento de la superación de extrema pobreza. Antes o después, el Estado reconocerá su incapacidad para abordar su actual tarea multifacética y procederá a convocar a ella a toda la sociedad.
• La clave del dinamismo de las empresas y los países ha pasado del capital físico al capital humano. A la educación, al espíritu emprendedor y a la creatividad. Es arcaico continuar centrando la discusión en la propiedad de los medios. La primacía del factor humano sobre el capital es el gran legado del pensamiento socialista en la era post-Muro.
• Más allá de los temas institucionales en discusión, a la masa ciudadana le interesan los temas económicos, sociales y culturales. El vacío de concepciones o proyectos es garantía de bancarrota inevitable para un partido político.
Dado lo anterior, veo como imprescindible un pronunciamiento sobre la empresa y sobre las llamadas “privatizaciones”. Vendrán tarde o temprano. Si el socialismo no las asume agresivamente, con fórmulas propias e imaginativas, será arrastrado a ellas. Y si este Gobierno no las hace, las realizará el próximo. El país sólo habrá perdido tiempo. Tiempo de crecimiento, de soluciones de educación y salud, de superación de la pobreza, de empleo, de inversión.
Quiero ahora concentrarme en los efectos de las privatizaciones emprendidas en el país a partir de 1985 (...) En todas estas empresas privatizadas tienen participación accionaria importante las AFP. Con ello, esta evolución favorece a los más de 4 millones de chilenos que están asociadas a ellas.
La rentabilidad de los fondos previsionales alcanzó en promedio a 4% en los últimos 35 años, pero desde la creación de las AFP el promedio anual ha subido al 13%. Esto significa que la rentabilidad de los fondos previsionales administrados por el Estado era negativa y la privatización de su gestión aumentó en varias veces su rentabilidad para bien del país y de los futuros pensionados.
Ahora, si se vendieran las empresas públicas a su valor patrimonial y ese dinero el Estado lo invirtiera en una Cuenta de Ahorro del Banco del Estado, en pagarés reajustables del Banco Central o en bonos del Tesoro de EE.UU., obtendría más recursos para su planes de mejorar la calidad de vida de los chilenos (salud, educación, vivienda social, medio ambiente, etc.).
Así entonces, por las cifras mismas, es falaz decir que el Estado “pierde poder” al transferir empresas. Poder, es poder hacer. Y tanto los estudios más sofisticados como los cálculos más provocativos, muestran que el Estado ha ganado poder económico de hacer.
Durante el Gobierno del Presidente Allende, la nacionalización del cobre fue aprobada por la unanimidad del Congreso. Sin mediar una sola privatización, manteniendo la inercia de la actual política minera, las proyecciones indican que en el año 2000 el sector privado producirá más del 63% del cobre y Codelco sólo el 37%.
Sin la protesta de nadie, la unanimidad del país ya acordó que la producción de cobre sea mayoritariamente privada. Me parece muy sugerente que toda la izquierda haya participado de esta callada unanimidad nacional.
La globalización exige realizar alianzas estratégicas. La realidad está demostrando que es más fácil y rápido concurrir a ellas a partir de empresas privadas que de empresas estatales. Chile es una pieza –además relativamente pequeña y distante de los principales mercados- como para querer sobrevivir solo en mercados globalizados. Hoy sería patético escuchar a alguien enorgulleciéndose de que la Compañía de Teléfonos de Chile o las telecomunicaciones chilenas fueran 100% nacionales y sin la menor contaminación con “intereses foráneos”.
Esto nos hace reflexionar sobre las amenazas que está incubando el país al retrasar la apertura de actividades claves de su economía. Tengo el “pre-juicio” que el caso de ENAP y del petróleo es particularmente dramático y aleccionador. En estos días leí que nuevamente se destinaban millones a nuevas exploraciones en búsqueda de petróleo. Se ha explorado en el sur, en el norte, en el centro, en la cordillera, en la pampa, etc. Lo concreto es que descubrimos sólo un 8% de las necesidades nacionales y a un costo que desconozco. ¿Cuánto es lo que nos ha costado en promedio cada barril de petróleo a los chilenos? Y si es, como sospecho, significativamente superior a los precios de mercado, ¿cuánta es la responsabilidad de todos por los millones de dólares que se han despilfarrado, impidiendo su uso alternativo en enfrentar con la debida urgencia la larga espera de los pobres, enfermos y deficientemente educados de nuestra Patria?
En todo caso –después de tantos desgarros- es gratificante para un socialista constatar que cuando se confía en las fuerzas de toda la sociedad, se multiplican los panes.
Y ellos contribuyen además a aportar más recursos para la acción del Estado, especialmente entre los más pobres y postergados.
Porque si “el mercado es cruel” (frase del Presidente Aylwin), a la luz de los antecedentes pareciera que el Estado-empresario lo es más.