El Discurso de Despedida
Por George Washington, presidente de EE.UU. (Filadelfia, 19 de septiembre de 1796; extracto)
Amigos y conciudadanos: Nunca me ha parecido más oportuno el manifestaros la resolución que tomé de renunciar al cargo que ocupo, como en las circunstancias actuales, cuando ya se acerca la elección del nuevo presidente de los Estados Unidos. Ha llegado el momento de resolver a quién confiaréis tan importante responsabilidad. Y a fin de que la emisión del voto sea plenamente libre, debo anunciaros que no figuraré yo entre los candidatos sobre quienes ha de recaer vuestra elección.
El haber aceptado y permanecido en el cargo a que dos veces me llevó vuestro voto fue un sacrificio personal en aras de los deberes que tengo para con nuestra patria, y una expresión de mi respeto a lo que deseábais.
Para conservar nuestro gobierno y para que la felicidad actual sea duradera, no solo es necesario que rechacéis toda oposición a la legítima autoridad de aquél, sino que resistáis frontalmente toda innovación de sus principios básicos, cualquiera que sea el pretexto invocado. Uno de los modos para debilitar a un gobierno es introducir en la Constitución pequeñas mutaciones que, desminuyendo la energía del sistema, vayan minando así lo que directamente no podrían obtener.
Siempre que se os proponga alguna innovación a la Constitución, tened presente que el tiempo y las costumbres son necesarios tanto para conocer el verdadero carácter de los gobiernos como el de las demás instituciones humanas. La experiencia es el medio más confiable para juzgar la bondad de la Constitución. Los cambios fundados en simples hipótesis y opiniones aventuradas exponen a variaciones sin un fin claro.
El espíritu partidista no cesa de desorientar al pueblo y corroer la regularidad de los servicios públicos; agita la opinión con celos infundados y falsas alarmas; enardece las animosidades de unos contra otros; ocasiona tumultos e insurrecciones; y abre los caminos por donde fácilmente penetran las corrupciones e influjos extraños a través de las pasiones facciosas.
La experiencia, tanto de los tiempos pasados como de los nuestros, demuestra la necesidad de controlar el ejercicio del poder político, dividirlo entre diferentes depositarios que se vigilen recíprocamente y que cada uno se constituya en protector del bien común contra las invasiones de los demás poderes, porque su conservación es tan importante como la institución del poder.
Es también condición importante para el sostenimiento de un gobierno conservar el crédito público, manantial de fuerza y seguridad. Uno de los medios para conseguirlo es usar de él lo menos posible y eludir gastos innecesarios, procurando mantener la paz, pero sin olvidarse de que efectuando algunos desembolsos para conjurar el peligro, se ahorran luego mayores gastos para repelerlo; también evitar que se acumulen deudas, no solo huyendo de las ocasiones de gastar, sino realizando vigorosos esfuerzos en tiempos de paz para pagar las deudas que hayan ocasionado las guerras inevitables, y no cargar a las generaciones venideras, de un modo poco generoso, con un peso que nosotros debemos soportar.
Aunque revisando los actos de mi administración, no me parece haber cometido ningún error voluntario, sin embargo, por conocer bien mis defectos, reconozco que acaso incurrí en muchos yerros. Cualesquiera que fuesen, ruego al Todopoderoso que mitigue los males a que puedan haber dado lugar y aún abrigo la esperanza de que mi país se mostrará indulgente conmigo. Los servicios que por espacio de cuarenta y cinco años le he prestado con el mayor celo y recta intención, me inducen a creer que, al retirarme de la vida pública, se legarán al olvido mis involuntarias culpas.
ADDENDUM: Aquí se puede leer la versión completa del Discurso en inglés