El día que acepté ser Ministro
Por José Piñera (extracto del primer capítulo del libro "La Revolución Laboral en Chile", publicado por Zig Zag en 1990, y cuyo texto se puede leer completo en www.josepinera.org).
1. GUERRA Y BOICOT. Cuando el Presidente Pinochet me recibió en su oficina a las cinco de la tarde de ese viernes 22 de diciembre de 1978, me hizo un ofrecimiento que iba a cambiar mi vida. Me ofreció ser ministro de Economía y me insistió en que aceptara este deber patriótico pues estábamos en un momento extraordinariamente difícil en la vida del país. Las horas estaban contadas para que Argentina iniciara una guerra en gran escala en contra de nuestro país por la disputa de las tres islas del Beagle. Por otra parte, agravaba lo anterior el hecho inminente de un boicot sindical a todo el comercio chileno con Estados Unidos y el resto de América.
2. EL SUEÑO POSIBLE. Le pedí al Presidente de la República que me permitiera explicarle cuál era mi visión de lo que necesitaría hacerse una vez superadas estas dos gravísimas emergencias. Noté una mezcla de extrañeza y curiosidad en sus ojos. Titubeó por un instante y asintió con la cabeza. Entonces le hablé con convicción y entusiasmo del sueño de convertir a Chile en un país desarrollado y con una sociedad libre, de cómo había que dar un gran salto hacia adelante en la modernización de nuestras instituciones y leyes, de por qué era necesario ampliar radicalmente los márgenes de libertad de los chilenos, y de por qué esta libertad era la verdadera protección de la futura democracia. Creo que hablé como si ésa hubiese sido mi primera y última oportunidad y quise decirlo todo desde el primer día. En los tres años que permanecí como ministro agradecí muchas veces haber hecho ese inequívoco planteamiento inicial de mis propósitos.
3. LA CONFERENCIA DEL DESARROLLO. Hasta ese momento nunca había conversado con el Presidente, y lo había conocido apenas un año antes a raíz de una conferencia que di el 27 de Mayo de 1977 en la Universidad Católica. Mi tesis central en esa charla fue que Chile podía ser un país desarrollado y eliminar la pobreza. Afirmé que el país podía crecer en forma sostenida a tasas del 7 por ciento anual si se seguía un conjunto de políticas coherentes ancladas en la libertad de los mercados y la creatividad individual. Veía un horizonte de enormes potencialidades para Chile y todos los chilenos si éramos capaces de optar y persistir en ese camino al desarrollo. Esta visión produjo mucho escepticismo en los sectores dirigentes porque hacía tiempo que en Chile había una extendida mentalidad pesimista frente a nuestras posibilidades como nación. Dije que todo eso era un infundado derrotismo. Que en el siglo XIX Chile había sido un gran país en el contexto latinoamericano. Que el subdesarrollo estaba primero en nuestras mentes. El ministro Roberto Kelly, quien había asistido a la conferencia, me llamó al día siguiente y me pidió que repitiera esa misma conferencia al Presidente, la Junta de Gobierno, y el gabinete en pleno. Siempre he creído que fue esa visión optimista de lo que Chile podía llegar a ser si optaba por la libertad integral la que me hizo ministro de Estado.
4. HACIA UN GOBIERNO LIBERTADOR. Quien cree en un proyecto de cierta trascendencia no puede excusarse a la hora de llevarlo a cabo. A fin de cuentas el testimonio de la acción vale más que mil palabras. Aprecio y valoro la democracia porque aprecio y valoro todavía mucho más la libertad. Por pensar así decidí contribuir al éxito del gobierno militar a través de ayudar a transformarlo en un gobierno libertador. Sabía que ese gobierno podía abrir perspectivas formidables para que en nuestro país se ampliara la noción cívica y personal de la libertad y para que la sociedad chilena se modernizara definitivamente. Consideraba necesario dar un golpe de timón y lanzar una ofensiva de reformas estructurales, desarrollo y democratización. Chile no solo necesitaba una economía libre; necesitaba que además la libertad irrigara todo su sistema político y su estructura social. Esta era entonces una visión profundamente revolucionaria.
5. POR AMOR A CHILE. La alternativa era clara. O lavarse las manos o jugársela para empujar al gobierno en una triple dirección: reformas estructurales para que hubiera más libertad, desarrollo para que hubiera más bienestar, y democracia para que se respetaran los derechos humanos. Ese fin de semana nos juntamos con el ministro del Interior Sergio Fernández y el ministro de Hacienda Sergio de Castro y, tras analizar la situación del país, optamos por plantearle al presidente que era más lógico que fuera ministro del Trabajo, si los grandes desafíos pendientes eran modernizar el Código del Trabajo y crear un nuevo sistema de pensiones. Cuando, al día siguiente de Navidad y fortalecido por la oración, juré como ministro del Trabajo y Previsión Social de Chile, opté con entera confianza por aquello que creía mejor para el país. Comenzaba la hora de la acción. Partía una carrera en contra del tiempo para parar el boicot y así ayudar a la paz. Partía también la inmensa tarea de contribuir a refundar un país que había llegado al borde de la guerra civil. La primera tarea consistía en apagar un incendio. La segunda en levantar un edificio que fuera realmente incombustible.