De Palestina a Chile
Por Paula Molina, periodista (BBC Mundo, 14.8.14; Extracto)
En la diáspora palestina, Chile ocupa un lugar singular: tiene más población palestina que Egipto o Líbano. De unos 10 millones de palestinos en el mundo, varios cientos de miles viven en Chile. No existe otro lugar fuera del mundo árabe e Israel, como en Chile, donde vivan tantos descendientes de palestinos. Cuando el alcalde de la ciudad palestina de Beit Jala, Nael Salman, visitó el país en 2013 aseguró que en Chile vivían 400.000 palestinos con raíces en su ciudad, es decir, 20 veces más que en la propia Beit Jala.
Los primeros palestinos comenzaron a llegar a Chile a fines del siglo XIX durante la ocupación de sus tierras por el imperio otomano, cuyo centro político se ubicaba en Turquía. Las familias palestinas que habitaban en las fronteras de sus territorios preferían que sus hijos emigraran a la aventura transatlántica, a ser “carne de cañón” de un ejército turco ajeno. A pesar de que debían viajar con el pasaporte turco, que los ofendía, abandonaron las tierras ocupadas. Viajaron a América como parte de un movimiento migratorio mundial. Siguieron la ruta a Europa y por mar a Buenos Aires. Pero en vez de quedarse en la capital argentina, más rica y europeizada, los palestinos prefirieron cruzar los Andes y seguir hacia Chile.
Según el libro “El mundo árabe y América Latina”, entre 1885 y 1940, los árabes sumaban en Chile entre 8.000 y 10.000 personas, la mitad de ellos palestinos. Igual que otros países jóvenes, Chile necesitaba inmigrantes para afianzar su economía y el control del territorio.
Al contrario de los inmigrantes europeos a Chile que recibieron tierras y ayuda inicial, los palestinos de Medio Oriente se instalaron sin beneficios. Optaron por el comercio y los textiles, una decisión que sería clave en la prosperidad que haría crecer la colonia. “El país estaba en un proceso de modernización. Los que venían traían un mayor nivel socio cultural, eran más cosmopolitas porque Jerusalén estaba más cerca del centro del mundo que Chile”, señala Eugenio Chahuán, del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile.
Seguían su tradición, conocían el “regateo”, pero también atendían una demanda pendiente. Llegaban con artículos de paquetería al campo o a las ciudades chilenas donde había poco para comprar. Los hijos de la familia Abumohor, proveniente de Beit Jala, recorrían el país ofreciendo mercadería al por mayor. En la ciudad de Talca, en los cincuenta se inauguraba la Casa Saieh, también de familia de origen palestino.
Otros inmigrantes empezaron a fabricar algodón o sedas, reemplazando a la factura artesanal local y a las importaciones europeas de alto precio. Apellidos de origen palestino como Hirmas, Said, Yarur y Sumar se convertirían en sinónimo de una poderosa industria textil.
Las textiles de origen palestino marcarían una época económica, política y social en Chile hasta fines de los setenta. Tras la apertura de la economía en los ochenta y noventa, y ante la intensa competencia china, la mayoría de las fortunas palestinas se expandieron hacia una variedad de otros negocios: financiero, inmobiliario, agrícola, viñatero, alimentario y medios de comunicación.
El impulso comercial palestino se retrata hoy en empresas como Parque Arauco, asociado a la familia Said, con centros comerciales en Chile, Perú y Colombia, o el Banco de Crédito e Inversiones, fundado en 1937 por Juan Yarur Lolas, uno de los más grandes de la plaza con inversiones en Estados Unidos y Perú.
Los palestinos venían de una raíz patriarcal y de familias extendidas. Si las expectativas en Chile mejoraban y las de Palestina empeoraban, era natural traer a la familia también. Los “paisanos” formaron una fuerte red de apoyo en un país pequeño. Los palestinos que vinieron encontraron en Chile un hogar a 13.000 kilómetros de distancia.