“Campeón del libre comercio”
Discurso del primer ministro Boris Johnson en Greenwich, Reino Unido (3.2.20; Extracto)
Después de décadas de hibernación, el Reino Unido se levanta para promover el libre comercio global. Es el instante preciso porque esta libertad fundamental no está siendo defendida.
Estamos en peligro de olvidar las enseñanzas clave de esos dos grandes pensadores escoceses: la mano invisible de Adam Smith y el principio de la ventaja comparativa de David Ricardo. Cobden concluyó que el libre comercio es la diplomacia de Dios, porque mientras más bienes y servicios crucen libremente las fronteras, es menos probable que las crucen los ejércitos.
El libre comercio, nacido en este país, es la poderosa idea económica que ha levantado a miles de millones de personas de la pobreza.
Pero es mi obligación advertirles que el libre comercio está decayendo. No es culpa de las personas o de los consumidores, sino de los políticos que han abdicado de su deber de liderar. Los mercantilistas están en todas partes; los proteccionistas están ganando terreno. Desde Bruselas a China y a Washington, los aranceles están siendo usados como garrote en discusiones de política exterior donde, francamente, no deberían tener ningún lugar. Además, la proliferación de barreras no arancelarias al comercio libre, y las tensiones resultantes, están frenando a la economía mundial.
El volumen de comercio internacional se está retrasando respecto del crecimiento económico global. Entre 1987 y 2007, el comercio crecía aproximadamente al doble que el crecimiento del PIB. Ahora apenas crece lo mismo que el PIB, el cual, a su vez, crece a tasas anémicas. Así, se está frenando también la caída de la pobreza en el mundo. En este contexto, estamos comenzando a oír la retórica autarquista, con barreras al comercio más altas y con el riesgo que nuevas enfermedades, como el coronavirus, desaten un pánico y generen segregaciones en los mercados que van más allá de lo médicamente aconsejable, causando un injustificado daño económico al mundo.
Es en estos cruciales momentos cuando la humanidad necesita que algún gobierno esté dispuesto a luchar por el libre comercio, un país que esté listo para quitarse los anteojos de Clark Kent, encerrarse en la cabina telefónica y emerger con su capa al viento como el campeón de los derechos de los pueblos de la tierra a comprar y vender libremente entre ellos.
Les digo con toda humildad que el Reino Unido está preparado para ejercer ese rol. Estamos preparados para esa gran batalla de ajedrez multidimensional que consiste en conducir varias negociaciones comerciales al mismo tiempo. Estamos despertando al servicio de esta causa a nuestros nervios y músculos, a nuestros instintos y a nuestra voluntad, que no habían sido usados por este país en los últimos 50 años.
Para este gran proyecto, fortaleceremos los lazos con el resto de la Comunidad Británica, que hoy acoge a algunos de los países de más alto crecimiento del mundo. En la reciente Cumbre de África fue muy emocionante constatar cómo deseaban que esa gran comunidad de naciones se integre dentro de una zona de libre comercio. Conversaremos con Japón y con viejos amigos como Australia, Nueva Zelandia y Canadá, a quienes les dimos la espalda en los años 70. Y también conversaremos con nuestros amigos, los Estados Unidos, quienes ya adquieren un quinto de nuestras exportaciones.
Y, por supuesto, queremos un floreciente comercio y una estrecha relación económica con la Unión Europea (UE). Ellos son nuestros amigos y vecinos históricos. Quiero asegurar a mis amigos europeos que no estamos dejando la UE con el objeto de debilitar los estándares europeos en asuntos comerciales, sociales o medioambientales.
Un tratado de libre comercio entre el Reino Unido y la UE no es necesario que involucre aceptar también las leyes de la UE en materia de políticas de competencia, subsidios, protección social o medioambiente, ni tampoco la UE debe aceptar nuestras leyes en esas materias. El Reino Unido mantendrá altos estándares en estas áreas -mejor incluso que los de la UE- pero sin la obligación de un tratado que regule estos temas. Es clave plantear estos principios ahora, porque ellos representan la decisión que hemos tomado: queremos un tratado de libre comercio con la UE, al estilo del acuerdo de la UE con Canadá, que abra todos los mercados europeos al comercio sin imponer el pesado lastre de las regulaciones de la UE. En el improbable escenario en que no tengamos éxito, entonces nuestro acuerdo de libre comercio se acogerá a las normas del Acuerdo de Retiro que hemos firmado con la UE. No tengo dudas que, cualquiera sea el caso, el Reino Unido prosperará.
Sin duda la relación con nuestros vecinos va mucho más allá que solamente el comercio. Buscaremos un acuerdo en seguridad, en proteger a nuestros ciudadanos y en evitar interferencias con la autonomía de nuestros respectivos sistemas legales. Estaremos preparados para alcanzar un acuerdo en materia de aviación que permita continuar los vuelos de las líneas aéreas de bajo costo. También espero lograr un acuerdo respecto de la industria pesquera que refleje que, a fines de 2020, el Reino Unido será un Estado independiente y controlará sus propias costas marítimas. Finalmente, decidimos retomar el control total de nuestras fronteras y de la inmigración, de las reglas de la competencia y de los subsidios, de las compras de bienes y de la protección de los datos.
Cada vez que sea de interés común, y casi siempre lo es, cooperaremos con nuestros amigos europeos en política exterior y en política de defensa. Esta cooperación no requiere de ningún tratado o institución nueva por la simple razón de que el Reino Unido no es un poder europeo debido a un tratado o a una ley, sino por los hechos irrefutables de nuestra historia y geografía, nuestro lenguaje y cultura y nuestros sentimientos e instintos.
Les reitero a nuestros amigos europeos que estamos dispuestos a apoyarlos siempre, como lo hemos estado por décadas y por siglos. Pero también les enfatizo nuestra necesidad de tener autonomía legal total. La razón por la cual no buscamos ninguna membresía en la unión aduanera de la UE, es que quiero que mi país sea un actor independiente y un catalizador del libre comercio en todo el mundo.
No quiero exagerar nuestra influencia en el mundo, pero tampoco minimizaré el entusiasmo de nuestros países amigos alrededor del mundo por nuestro liderazgo independiente para firmar tratados de libre comercio con ellos. Queremos emprender esta misión no solo porque es lo correcto para el bienestar del mundo, sino porque este gobierno cree que es lo más beneficioso para el Reino Unido también.
Por la vía de expandir nuestra relaciones comerciales con todo el mundo, aumentaremos la productividad de nuestra nación y también el crecimiento de la infraestructura, la educación y la tecnología. Exportaremos más barcos construidos en Clyde, más platería china fina desde Irlanda del Norte, más carne desde Gales.
Las oportunidades para el Reino Unido son extraordinarias. Estoy orgulloso de potenciar nuevamente el espíritu exportador de nuestro país. Exportamos también cosas extraordinarias como té a China, pasteles a Francia, antenas de TV a Corea del Sur y boomerangs a Australia.
Este es el momento de recuperar nuestro pasado y elevarlo de nuevo. Este es el momento de recapturar el espíritu de nuestros ancestros marítimos cuyos esfuerzos no solo enriquecieron a nuestra nación sino que nos dieron algo mucho más importante: una visión global. Esa es nuestra ambición. Ese es nuestro puerto, nuestro barco despliega las velas y el viento nos empuja para nuestro gran viaje, a un proyecto que nadie de la comunidad internacional creyó que tendríamos las agallas para emprenderlo.
Si somos valientes y nos comprometemos con la lógica de esta misión de mirar hacia el futuro, con menta abierta al mundo, comprometidos con el libre comercio global, seremos también el campeón global de la libertad.