Benito Cereno
Por Enrique Krauze, escritor mexicano y director de la revista Letras Libres (29.2.08; Extracto)
¿Quieres entender la experiencia histórica de las dos Américas? Lee Benito Cereno de Melville.” Al conjuro de estas palabras de mi amigo y maestro Richard M. Morse, he vuelto a leer aquella novela publicada en 1855. La trama es conocida. Hacia el año de 1799, frente a las costas de Chile, dos barcos, extraños entre sí, se avizoran. Uno es el Bachelor’s Delight, comandado por el honesto, hábil, generoso y circunspecto capitán estadounidense Amasa Delano. El otro -anticuado, enmohecido, maltrecho, ruinoso, espectral- es el San Dominick. Su capitán es el taciturno español Benito Cereno.
Herman Melville, retrato de Joseph Oriel Eaton, 1870
El capitán estadounidense visita el barco y lo escudriña, primero con una mezcla de discreción y distancia, luego con creciente sorpresa y angustia. Hacía ciento noventa días que el San Dominick -según informó el español al americano- había naufragado frente al Cabo de Hornos con cuantiosas pérdidas humanas y materiales. Una parte de los esclavos que debía transportar de Buenos Aires a Lima había sucumbido junto con miembros de la tripulación blanca, entre ellos el dueño del barco, su entrañable amigo don Alejandro Aranda. El reticente español se hacía acompañar de un personaje que lo atendía con piedad, consideración y perruna fidelidad. Era Babo, un esclavo que hacía las veces de ayudante, báculo, confidente, intérprete, barbero y amigo.
"La verdad” no se revelará a Delano ni al lector hasta el final vertiginoso de la novela. Nada era lo que parecía. El español había sido víctima de un motín sangriento que los esclavos habían desatado para forzar su retorno al Senegal. El esqueleto de la proa era el cadáver espantosamente desollado de don Alejandro Aranda.
“Benito Cereno –escribió Borges– sigue suscitando polémicas. Hay quien la juzga una obra maestra de Melville y una de las obras maestras de la literatura. Hay quien la considera un error o una serie de errores. Hay quien ha sugerido que Melville se propuso la escritura de un texto deliberadamente inexplicable que fuera un símbolo cabal de este mundo, también inexplicable.”
Existen, en efecto, varias interpretaciones de la obra. Melville mismo, en sus copiosos Diarios y su Correspondencia, no contribuye a aclarar su significado. Su biógrafo, Andrew Delbanco, aporta datos de contexto que sitúan el tema de la esclavitud en el corazón de la novela. Publicada en tiempos de gran temor y exaltación (en 1850 se temía una insurrección de los esclavos negros), Benito Cereno apareció originalmente en Putnam’s, una revista comprometida con la causa abolicionista.
Desde una perspectiva hispánica, la novela puede leerse de otro modo: como una alegoría de la dialéctica entre los mundos americanos. Basta recordar que a mediados del siglo XIX, el mundo hispánico seguía ejerciendo una fascinación romántica sobre la mentalidad estadounidense.
Benito Cereno representaría a la España misoneísta, impráctica, supersticiosa y decadente, mientras su contraparte, Amasa Delano (que existió en realidad y dejó un escrito puntual sobre el que Melville basó su novela) encarnaría la whitmaniana y soberbia república de Estados Unidos, enamorada de sí misma y de su inalterable rectitud moral, tocada por el “Destino Manifiesto” y segura del amparo providencial.
Presentada así, la lectura dual parece demasiado fácil. Melville, como se sabe, viajó por los Mares del Sur y escribió sobre las Islas Encantadas (Las Galápagos), pero su interés en el orbe hispánico era más complejo, como revela la sorprendente interpretación de Benito Cereno incluida en la obra de H. Bruce Franklin: “The Wake of the Gods: Melville’s Mythology”, que Delbanco, incomprensiblemente, cita apenas. Según Franklin, la clave histórica para comprender al personaje Benito Cereno y el escenario humano y físico en que actúa está en el libro “The Cloister Life of the Emperor Charles the Fifth”, de William Stirling, publicado en 1853, que Melville consultó detenidamente. En la cuidadosa lectura paralela de Franklin, la identidad entre Carlos V y el capitán Cereno no sólo se vuelve evidente, se vuelve total.
La inexorable extinción de Cereno en aquel barco fantasmal es la del emperador en el monasterio de Yuste, en las montañas de España, hacia 1556. Carlos V se ha apartado del mundo, Cereno vive un “retiro de anacoreta”. El barco mismo -que lleva el nombre de la orden de los predicadores, fundadores de la Inquisición- parecía “un monasterio blanqueado después de la tormenta”. Así como el emperador vivió rodeado de monjes dominicos, Delano “casi pensó que frente a sí tenía un barco cargado de monjes [...], seres oscuros moviéndose tenuemente, como el paso de frailes negros por los claustros”. Cada objeto de culto o de uso personal corresponde a la descripción de Stirling sobre el monacal recinto de Yuste.
Al repasar las múltiples interpretaciones que ofrece Benito Cereno volví, con perplejidad, con asombro, a las palabras de mi amigo Morse y sentí que comprendía mejor su sugerencia. Morse, conocedor cabal del pasado español, latinoamericano, caribeño y estadounidense; Morse, siempre a caballo entre la historia y la literatura; Morse, estudioso de la religión y la filosofía, me había querido decir: la laberíntica historia de las dos Américas y de la dialéctica entre ambas es compleja, oscura, plástica; un selvático laboratorio de razas, creencias, valores, mitologías, herencias, condiciones sociales. Por eso es inaprensible a través de los métodos académicos convencionales. Hay que aproximarse a ella con la “mirada inocente” de “la pasión, la emoción de la vida, las ironías de la acción, la persistencia de la moralidad, la desobediencia social y las iluminaciones de la fe”. En una palabra, hay que aproximarse a ella de la mano de la literatura.
Melville había partido de materiales históricos relativamente sencillos -el diario de viajes de Amasa Delano y la historia pormenorizada de Carlos V en Yuste- para transmutar la realidad en una trama nueva, tan compleja, misteriosa y casi inexplicable como la relación ética entre los sujetos históricos que representa.
Cuando lo conocí, a fines de los setenta, Morse trabajaba en el más ambicioso de sus proyectos: una historia de la “dialéctica del nuevo mundo”. Nada menos que Benito Cereno y Amasa Delano, confrontados. Para Morse, la diferencia esencial entre las dos Américas estaba en las divergentes matrices teologicopolíticas que las fundaron: la genealogía individualista de Hobbes y Locke, por un lado, y la organicista de Vitoria y Suárez, por el otro. De esa distinción se desprendían actitudes muy distintas de los hombres ante las leyes y el poder, nociones diversas de libertad e igualdad, de destino y providencia, conceptos opuestos sobre la dominación legítima, etcétera. Desde su horizonte moral, Delano no era en absoluto superior a Cereno.
América Latina no era la hermana pobre y atrasada de Occidente, era más bien un Occidente alternativo, menos próspero pero más proclive a la convivencia natural de las personas. Con esos materiales publicó en México su pequeña obra maestra “El espejo de Próspero”, en referencia al Ariel de Rodó, que valoraba la cultura espiritual ibérica frente al materialismo anglosajón. Ahora entiendo que el título aludía a una evidente inspiración anterior: “La tempestad” de Shakespeare, donde aparece un tercer personaje telúrico sin el cual la “dialéctica entre los dos mundos” es incomprensible: es la otredad que los acecha desde el fondo, la otredad que Iberoamérica -mal que bien- integró, y que la excluyente Angloamérica discriminó y esclavizó: es Calibán, el ancestro de Babo.
Esa familiaridad con el mundo de Babo explica, en último término, su fascinación íntima con aquella novela. Y es que Morse se casó con una mujer nacida en la isla que daba el nombre al barco de Babo: San Dominick, Haití, justamente. Su nombre es Emerante de Pradines (Emmy), que, en su momento, fue una deslumbrante bailarina, discípula de Martha Graham, hija de un popular cantante y tataranieta de un padre de la independencia de aquel país. (El año de sublevación independentista de Haití coincide con el del encuentro entre Delano y Cereno: 1799.) Vincularse con ella fue un salto existencial que llegó a costarle el repudio de su familia.
¿Conocía las ideas rabiosamente proesclavistas de su antepasado Samuel F.B. Morse, el inventor de la famosa clave? En todo caso, reaccionó contra ellas y contra las convenciones racistas del establishment académico. Decidió mudarse con su mujer a la Universidad de Puerto Rico. Ya en los años sesenta, en tiempos de la lucha por los derechos civiles, regresó a su país para dar inicio a un fructífero ciclo de trabajo académico y una obra intelectual que lo convertiría en el único auténtico pensador estadounidense sobre Iberoamérica. Para Morse, en suma, Delano, Cereno y Babo eran emblemas de su propia historia.